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Illa deserta

En el sentido de deserción, el nuevo presidente de la Generalitat, Salvador Illa, ha desertado; pero como mero adjetivo también funciona en catalán: “deserta” encaja en una crítica adecuada, de modo que las nuevas elecciones de Cataluña equiparan la presidencia, en cierto sentido, a una “isla desierta”.

Además “Illa” rima con “Montilla”, y se verá la coincidencia. A continuación, se expone el abandono literal en que ha incurrido el nuevo presidente del Principado.

En términos generales, nos apuntamos a la teoría churchiliana de lo “menos pernicioso” para juzgar la llegada de este político a la plaza de Sant Jaume en 2024, eso no se discute. Es positivo. Sin embargo, Illa ha obviado una prerrogativa decisiva, ha descartado una responsabilidad máxima del poder (una vez alcanzado), que es la cultura, e incomprensiblemente les ha hecho un regalo fabuloso a sus oponentes, que seguirán el guión previsto: no solo morderán con fuerza la “carpeta” (Cultura) ofrecida, sino que devorarán la mano y el brazo entero que se les tiende.

Este rubro no ha quedado como “tierra de nadie”, ni siquiera. Las inercias son demasiado fuertes…

Los seguidores de Illa saben que la cultura no sobresalía en un programa pragmático, es verdad, salvo la alusión al tópico recurrente de la lengua, etc. Lo que muchos no esperaban es que tanta educación por parte de Salvador Illa –que en principio se agradece– se trocase en pusilanimidad, es más, en una debilidad temeraria, en un fallo imperdonable. A los votantes socialistas ya se les puso cara de boniato cuando ni Pascual Maragall ni José Montilla, en su momento, cuando tuvieron ambos a Joan Majó al frente de la “Corpo”, no se molestaron en variar el full de ruta del llamado “soviet carlista” (Coscubiela dixit), después de décadas de dominio cultural y mediático del pujolismo más rancio.

Con un hombre tan docto, preparado y hábil como Majó en la dirección de la CCMA, la maniobra indispensable de depuración de la “mamella” (así se denomina cariñosamente a la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals), y en su ubre más voluminosa, TV3, ni se inició, sorprendentemente. Nadie movió una pestaña. La imprudencia fue histórica, y desembocó en lo que todos conocemos.

Con la presidencia de Illa, en la actualidad, se presentaba otra ocasión de oro en lo mediático, ámbito que sigue siendo la clave de lo cultural. Illa, de nuevo, lamentablemente, parece haber desertado de una misión crucial que los socialistas catalanes –entre otros ciudadanos lúcidos– están demandando desde hace siglos a sus representantes; y lo hacen –hoy como ayer– en sordina, o a grito pelado: basta de manipular las entidades públicas con fines partidistas e ideológicos.

Todo parece seguir igual. El staff de TV3 se perpetúa como uno de los destinos laborales más deseados de Cataluña en la órbita de la cultura y de los mass-media. Algunos líderes de la ‘casa’ (como por ejemplo Clara Cabezas, pareja de un icono inagotable de la telebasura, el showman Manel Fuentes) ya se han vuelto ostensiblemente mayores. Otros han intentado el sorpasso directamente político, como Tomás Molina. El periodista de La Vanguardia Sergio Vila-Sanjuán ha recordado como Miquel Iceta fue el único que protestó en su época: “No fue buena idea ceder a Esquerra Republicana la conselleria de Cultura”.

Efectivamente, con el tiempo se había visto que la decisión del presidente Montilla de no renovar en el 2006 a Ferran Mascarell como conseller de Cultura y dar el puesto en su lugar, añadiéndole Medios de Comunicación, al independentista Joan Manuel Tresserras, representó un deslizamiento de dedo que tendría consecuencias.

A partir del segundo tripartito, los oponentes del PSC, hasta entonces culturalmente minoritarios respecto al maragallismo y el pujolismo, al colocarse al frente de la conselleria y también de TV3 y Catalunya Ràdio aprovecharon la oportunidad y los presupuestos, ampliando su influencia. Quién lo iba a decir… Tal como Joan Coscubiela ha señalado con acierto, incluso hasta el programa Polònia de TV3 ha sido, y es, «uno de los grandes focos de creación de pensamiento hegemónico en Cataluña camuflado de humor»… Los ejemplos son innumerables: los tertulianos de Xavier Graset, por las noches, eternamente sentados en una mesa mayoritaria con respecto a invitados ocasionales (no pertenecientes al “soviet”)… las constantes dádivas contractuales de la CCMA a un personaje culturalmente lineal, pero de inconfundible sesgo político, como el “historiador” Toni Soler. Etcétera.

Dice Vila-Sanjuán en su artículo que “el movimiento que ya se vio como un error del tripartito reaparece ahora en la estela de la necesidad de un apoyo partidista, algo que puede resultar decepcionante para quienes se ilusionaron pensando que con Illa en la Generalitat se podría intentar una reedición actualizada del maragallismo cultural”… Y continúa: “A veces, lo barato sale caro. Porque la cultura, aunque económicamente modesta, resulta simbólicamente muy potente y constituye un importante aparato de difusión. Despierta un amplio interés mediático, y por eso los grupos minoritarios tienden a reclamarla… La cultura en el campo político no es solo gestión, ni ejecución técnica, ni servicio público. Es, ante todo, discurso, producción de valores e imagen. Es el alma. Diríamos que para un partido con vocación de perdurabilidad debería constituir un elemento irrenunciable…”

Pues bien, Salvador Illa ha vendido todo eso por un plato de lentejas. Ha desertado en la batalla más importante que tenía que librar. TV3, por seguir con el dilema que representa esta renuncia, continúa con una esterilidad de tipo preciosista, en el sentido de que es una de las televisiones públicas mejor realizadas de Europa –nada modesta, también es la más cara– sin ningun contenido inteligente que se precie, salvo exhibir las tendencias de toda la vida, con puño de hierro y en guante de seda, diríamos. Aparte de promocionar la lengua vernácula (objetivo de Perogrullo, entendible), seguimos con la loa absurda de un republicanismo passé (hoy en Occidente “monárquico” o “republicano” no quieren decir nada), el impulso de un folclore fácil, la prohibición de un topónimo presente en todas las cartografías mundiales desde hace siglos (“España”); por no hablar del esencialismo filoagrario de siempre (de pa sucat amb oli), o, como ejemplo alternativo, de los cortes de edición online, inmediatos –ipso facto– cuando alguien, incluyendo el president, comienza a expresarse en castellano.



[Palabra de Mono Blanco]



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