Marzo 2025
El tiempo pasa volando; por eso, cuando el arquitecto y académico Josep María Montaner dijo que la crítica de arquitectura se había acabado (“La extraña muerte de la crítica de arquitectura”, El País, 12-IV-2012) no hacía más que reproducir el título de un libro de Martin Pawley -fallecido en 2008- uno de los mejores críticos británicos de la segunda mitad del siglo XX.
Junto con Reyner Banham y J. M. Richards, Pawley -evocado por Montaner- expresaba un hecho inquietante: la crítica de arquitectura, tan significativa hace décadas, desempeñaba ya un papel irrisorio.
Hoy es la propia ciencia de Vitrubio la que se ha esfumado, disuelta en pura espectación y en una inteligibilidad difusa entre sus usuarios. Estamos rodeados por un marasmo de edificios inaprehensibles y especulativos, de rendimiento medioambiental negativo, sujeto a la retórica de arquitectos deshonestos, cuyo greenwashing refuerza a los políticos más incultos, torpes y analfabetos.
La arquitectura puede ser necesaria y eficaz, pero nunca es ecológica: siempre es violencia ejercida contra la naturaleza. Por otra parte, continúa siendo una disciplina neo-hermética asimilable a una perversión todavía no desenmascarada, muy cercana al fetichismo. Sus practicantes más prolíficos jamás dan razones de peso, articuladas, verbalmente lógicas, sobre lo que hacen, y, sin embargo, no paran de hablar de ‘sostenibilidad’ cuando deberían hablar de una actividad ensimismada, caprichosa y entrópica que despilfarra energía sin producir información.
Ensimismada y transparente -blanqueada por una torpe credulidad política- la arquitectura es considerada por la juventud, en el mejor de los casos, como una imposición asociada a burdos trucos financieros. En la melancolía del tiempo repetitivo y anacrónico de la realidad, los jóvenes de hoy, desairados por la obscenidad inmobiliaria, viven en la contemplación de un futuro imposible.
Les ahoga el gasto gratuito y el menosprecio de lo que les rodea, invalorable, un alud de ladrillo, hormigón y vidrio que, en su enormidad, intentan contrarrestar con su ansia de interactividad, de aprehensibilidad, de optimización tecnológica, lo cual se realiza eventualmente como un acto de higiene o de necesidad, como el estadio negativo de una interacción que nunca lograrán en un lugar considerado suyo.
En matemáticas, la raíz cuadrada de un número elevado al cuadrado es el mismo número. Para mucha gente, el futuro del futuro es igual a cero. La transparencia de la arquitectura -engullida por la ingeniería y las redes sociales- funciona ya como una trampa, como un mal sueño. En términos de interactividad, la arquitectura, simplemente, no figura. Viéndose cebada con un relleno insólito que tiende al rigor y a la precisión (los dispositivos digitales), se han difuminado por completo sus “valores”: su tectonicidad, su representatividad, su relevancia social, sus presuntas características específicas… O bien se asiste a una nueva versión del cuento de Andersen ‘El Nuevo Traje del Emperador’.
¿Alguien ve a la Arquitectura, con mayúscula, además de los políticos y los financieros? El engaño de la más alta de las Bellas Artes, para cualquier individuo sensible al “entorno”, resulta ser una catástrofe, un cúmulo de saturación y de contaminación (visual y química) que ha dado pie a un libro reciente, “La España Fea” (de título fácil, pero de contenido verdadero), que ha sido ignorado por el gremio de los profesionales y por las escuelas más renombradas de la península, donde se continúa enseñando ‘Proyectos arquitectónicos’ como si -en el fondo- estuviéramos aún en el Renacimiento; con la misma indiferencia ante un contexto avasallante. No hay que preocuparse por lo que nos envuelve. Tú aún puedes ser Gaudí.
Y en efecto, hay una semilla de explicación en la pedagogía de la disciplina.
Es famosa la anécdota de los años 70’s en la ETSAB (escuela superior de arquitectura de Barcelona), cuando el director Oriol Bohigas (arquitecto mediocre, buen organizador de personas, historiógrafo a ratos) prohibió a Xavier Rubert de Ventós impartir algo parecido a “teoría de la arquitectura”. Se sabe que Bohigas conminó a XRV a ceñirse a la filosofía del arte, a la estética, a la historia del arte y a sus reflexiones individuales sobre lo que quisiera, pero sin formular ni una sola palabra de teorías conceptuales, críticas, o elucubraciones literarias subyacentes al proyecto arquitectónico; bajo amenaza velada de expulsión. “Eso -en última instancia- lo haré yo”, parecía sugerir aquel a quien una vez se consideró como urbanista de referencia de la ciudad.
Décadas depués, tanto en la academia como entre los arquitectos en ejercicio, asistimos en Barcelona al último episodio de esta tragedia moral, al último acto de este silencio atronador. Seguimos otorgando carta blanca a arquitectos que supeditan la realidad urbana a una especie de conocimiento que no necesita demostrarse. En este sentido, el anuncio por el alcalde Collboni de una macro-intervención arquitectónica (al estilo suramericano de Madrid) que aparentemente remodelará los alrededores de la Plaza de España, la Avenida María Cristina, los edificios de la Feria, el MNAC, etc., etc., es más de lo mismo. Casi como una limosna dada al ciudadano, se han publicado en la prensa algunos renderings antojadizos o premonitorios de la “cosa”, y el aura de la operación es la misma de la ciencia infusa. El fenómeno recuerda los arbitrarios edificios que el puerto (Port de Barcelona) suele proponer de tanto en cuando para el waterfront, la línea urbanística más delicada de la ciudad… se supone que son un ‘regalo’ para los barceloneses.
La verbalización justificativa para la zona de la plaza de España (enorme) y para los diseños seleccionados, ha sido inenarrable. Es imposible no acordarse de los buenos momentos de Ada Colau cuando ajardinaba una calle casi de cabo a rabo -del Llobregat al Besós- sin pestañear, sin mayor excusa ni recambio que una diluida militancia medioambiental, y con el júbilo de los agraciados propietarios que disponían de inmuebles en esa arteria.
¿Quién ha razonado el porqué de esos proyectos, y no otros? Aquí viene lo bueno, en este caso ha sido un epígono de Bohigas llamado José Luis Mateo, cuya última hazaña cultural fue un tomo titulado Facts (2017), una publicación editada a mayor gloria del autor, de gran formato y compuesta mayoritariamente por fotografías de sus construcciones y modelitos, incluyendo los dibujados en connivencia con el exalcalde Trias. Para los arquitectos comme il faut, no obstante, la política es lo de menos, lo importante son los encargos que reciben, los cuales se adornan –a tot estirar– con una homilía demagógica y una cortina de humo “erudita”.
El discurso siempre es mínimo, casi pueril, greenwashing de libro, y la complicidad de los políticos, máxima.