Abril 2025
Llega un momento importante para el país. La UPC (Universidad Politécnica de Cataluña), que es la columna vertebral de nuestro futuro científico y tecnológico, encara unas elecciones a rector.
Se da la circunstancia de que el rector ‘saliente’ de la UPC quiere ser el rector ‘entrante’ de nuevo. Nos informan que el rector actual, que en 2021 ganó en votos por un ajustado 0,3%, no únicamente quiere repetir silla, sino que quiere figurar en varios escenarios a la vez; lo cual presenta un problema.
Cualquier intento de autopropaganda es lícito -debe argüirse en este caso-, aunque este señor haya trucado las fechas de las urnas todo lo que se pueden trucar. Y eso sin contar la censura infundada a sus oponentes. Maniobras raras de alguien que ostenta una posición intelectualmente alta en Cataluña; pero cosa nada insólita en el gremio universitario, donde –igual aquí que en el resto del estado– el filibusterismo académico es corriente tratándose de un grupo heterogéneo, y siendo el chivo expiatorio una elección de personas: no lo olvidemos. El tope teórico serían los videos de inteligencia artificial difamatorios, que, por suerte, no han asomado en esta campaña. En estas elecciones, entre otros datos, lo que sí tenemos es un mandamás que, en su caminar desgarbado por los pasillos de la universidad, da la sensación de que únicamente opta (o reopta) a un puesto académico donde se juega el porvenir tecnológico de la autonomía catalana.
En este sentido, Daniel Crespo Artiaga persevera (los comicios son inminentes), pero no hay que engañarse. No es necesario un cum laude para advertir que este doctor en Físicas persigue metas ajenas al cargo. Así, voces internas de la UPC, sin perjuicio de lo que emiten los órganos de gobierno, sostienen que sus objetivos extraacadémicos lo descalifican como rector.
Veamos.
En su último mandato, el magnífico dirigente de la UPC -ahora aspirante- parecía un perro sin su hueso. Durante 4 años, el colectivo de esta institución (la UPC, casi 40.000 personas) ha asistido a sus intentos más o menos espúreos para congraciarse con determinados políticos. En sus declaraciones públicas, en sus apuntes a la prensa, en sus adhesiones a plataformas muy significadas, o en su pertenencia a un sindicato cuasivertical que ha pervertido el sentido laboral-reivindicativo del orden sindical (labrado tras décadas de lucha antifascista, en algun caso), este rector no deja dudas.
En las últimas elecciones catalanas de Mayo de 2024, finalmente se quitó el antifaz. Sabemos hoy en día –en cabeza propia y en cabeza ajena– qué consecuencias tiene intoxicar la vida académica con adulteraciones ideológicas. Pues bien, el rector de una universidad pública catalana (la UPC) puso entonces a disposición de un puñado de políticos –afines, suponemos–, el auditorio más notable de la institución, el espacio donde se celebran tradicionalmente los claustros y las reuniones eruditas que son el núcleo de la universidad, donde se conmemora la ciencia y el conocimiento y se otorgan doctorados “honoris causa”, etc. Es decir, el ámbito más solemne del que goza el mundo de la enseñanza superior. Para entendernos, sería como haber cedido gentilmente a Vox el Paraninfo histórico de la universidad de Barcelona (UB) con ocasión de un mitin.
El rector saliente, y quizá el entrante, dejó a todo el mundo estupefacto. El lugar más representativo de la Universidad Politécnica de Cataluña, vendido vilmente a la soflama política (imaginamos que por un precio)… “Dove si grida non é vera scienza”, dijo Leonardo.
¿A qué partido político hizo este gesto el excelentísimo líder de la UPC? No pasa nada, serán amigos. Señalemos en este punto que la formación que vociferó en el atril docto de la UPC era la misma –mira por dónde– a la que fueron a parar individuos como el periodista Francesc Alvaro (ex-redactor de La Vanguardia), el catedrático ‘agitprop’ Joan Queralt (da grima pensar en sus sermones en clase) y hasta el meteorólogo de cabecera de TV3, Tomàs Molina, que parecía inofensivo. Todos, ejemplos peculiares de transfuguismo.
Peccata minuta, dado que el rector actual de la UPC es un tránsfuga de la ciencia desde hace casi un lustro, y a duras penas oculta su propensión a la disciplina más relacionada con Maquiavelo. No ha escatimado gestos a lo largo de su mandato. Recordemos cómo Einstein, cuando le ofrecieron la presidencia del estado de Israel en 1948, declinó la propuesta y perfirió quedarse en su casa de Princeton y enseñar a sus estudiantes. No es el caso de Daniel Crespo. Hasta hace poco, se atisbaba su calva inconfundible en el balcón de la claca del Parlament, quizá con la excusa de no perderse un debate, pero se trata de un intrusismo inédito en la historia de los dirigentes universitarios. Adivinamos a Crespo en las retransmisiones políticas de los plenos por televisión.
¿Gusta el rector del compadreo (por otra parte, legítimo) con los representantes públicos electos, más que del laboratorio de ensayos, o de la ardua gestión del aparato burocrático de la UPC?
Muchos académicos no lo ven. Y parece que el tema es grave, realmente, pues además nos chivan que en los últimos tiempos Crespo ha llevado a cabo una especie de misión patriótica de depuración lingüística. Es una de las razones principales de este artículo. En esta revista curioseamos entre pendencias sin inclinarnos por los contendientes, excepto cuando hallamos repercusiones culturales, intelectuales, cuando advertimos daño filosófico…
Lo hemos expresado más de una vez, el idioma es el bien más preciado que tenemos los catalanes. La lengua vernácula –a los que, además, tenemos la fortuna de ser bilingües– nos es consustancial. Es intolerable especular políticamente con la lengua catalana (y menos… en una universidad tecnológica!), pues perjudica violentamente al Principado y nos retrotrae a batallitas de ciertos tatarabuelos nuestros con barretina del siglo XIX.
No sabemos si este texto llegara a tiempo a las mentes de sus destinatarios idóneos, visto el calendario estratégico de las elecciones al rectorado de la UPC, pero utilizar la lengua como palanca política es repulsivo, daña el prestigio universal del catalán, nos humilla a todos los que lo hablamos y a los que vivimos en esta tierra, y hace retroceder al país a polémicas estériles que se daban por superadas. Decimos esto porque, por lo visto, en los últimos tiempos Crespo montó una operación de “seguridad lingüística” (?) en las aulas, degradando antipedagógicamente –buzones de denuncia anónima, abuso de decretos, etc.– los lazos que cohesionan a una sociedad, al devaluar frívolamente entre jóvenes casi adolescentes conceptos ciudadanos esenciales, como el de “seguridad”, un valor cívico clave. Es de Perogrullo que la defensa y salvaguarda de la seguridad corresponde a los Mossos d’Esquadra y a la Policía.
Por cierto, cualquier universitario (¡un rector!) debería saber que “lengua propia” es una expresión acientífica, no avalada por ningun especialista en Lingüística. La expresión aterrizó alegremente en el vocabulario político sin que nadie en la academia –con las contadas excepciones de Carme Junyent y algun otro entendido– moviera un dedo. El lenguaje es una característica de la humanidad, un rasgo constitutivo del hombre, diría la añorada profesora Junyent. Lo que es propio del ser humano es el lenguaje en sí, no la burda caracterización etnocéntrica de una variante.
Manipular estos conceptos básicos recuerda la Alemania de los años 30, donde Himmler introdujo como notas propias de las SS la seguridad interna y la pureza doctrinal. Despachar con retórica similar la “seguridad”, entre estudiantes catalanes del siglo XXI, que apenas alcanzan a tener un sentido acertado de lo jurídico, es algo despreciable. Difundir ideas que corrompen el entendimiento de las garantías básicas de la vida comunitaria y democrática en Occidente, y desde una instancia tan relevante (un rectorado universitario público) contribuye a la deriva hacia posiciones extremistas que se advierte actualmente en la juventud. Se percibe que Daniel Crespo jamás leyó a Víctor Klemperer.
La “seguridad lingüística” es una noción exótica, anti-jurídica, que no se halla recogida en el derecho positivo, ni en los tratados internacionales. La etapa de los lemas vacíos parecía haber acabado en nuestra tierra, pero héte aquí unos derechos lingüísticos especiales (que denostan la lengua y el derecho, a la vez) que afloran nada menos que en un vicerrectorado que se autodenomina de “Política Lingüística”. Y ello, insistimos, en una universidad pública politécnica (!!). Acompañando, para más inri, a una suerte de brigada político-lingüística surgida –diríase– de la negrura del franquisimo, y promovida por un rector que aspira a cualquier cosa, pero al que no molesta afectar a un colectivo tan grande como la UPC y crear un deterioro mayúsculo, a todos los niveles –incluido el internacional–, anulando la inteligibilidad de la universidad como foro de la ciencia y el conocimiento.
Declaramos nuestra profunda aversión a un rector que ha sembrado el rencor, de alguna manera, a propósito de un capítulo tan importante en la enseñanza y en la vida, el de las lenguas, el de las palabras, que son definitivamente un don de la humanidad; las cuales, como argumenta Jurgen Habermas, sólo pueden convidar a la solidaridad humana, a la compasión y a la fraternidad.
[Palabra de Mono Blanco]